“Vivamos la milicia del cristianismo con buen humor

de guerrillero, no con hosquedad de guarnición sitiada”.

Nicolás Gómez Dávila

“Estoy inaugurando en la Argentina la literatura anticlericalosa. En todos los países católicos existe y aquí es una vergüenza. Los eclesiásticos, como toda sociedad humana, tienen sus defectos, abusos y ridiculeces y si no existe un contraveneno, el córrigo-ridendo-mores, campan con todos sus respetos, como una murga cualquiera”.

Padre Leonardo Castellani


sábado, 14 de septiembre de 2013

El doctor Piscolabis (fragmento) – P. Leonardo Castellani




Pero que el hacer chistes contra los frailes que no cumplen sea cosa lícita y aun loable es asunto confirmado por el mismo Papa, si es autén­tico el Breve del papa Clemente VI, acerca del poeta Chaucer. Habrían denunciado a este poeta que se burlaba desaforadamente de los frailes malos, no me­nos que de los malos poetas, y el Papa respondió que si se burlaba de los religiosos que eran de veras homines religiosi, era reo de cuasi sacrilegio y debería ser amo­nestado; pero si reía de los clérigos que no cumplen sus votos, y eso en versos inteligentes y muy melodiosos, casi merecía una condecoración. “Quodsi de aliis clericis et monachis ioculatur qui spretis regulationibus pro­fane ambulant, de iis etiam NOS joculamur”. Clemente VI era un noble francés, y se dice que el Breve lo escri­bió el Petrarca; aunque ciertamente éste no nos parece el estilo latino del Petrarca.
Pero ¿para qué ejemplos lejanos? ¿Creen ustedes que era católica España en tiempo de Alfonso X? En el Libro de los Gatos, que es una colección de enxiemplos del mismo tiempo de Chaucer, se narra en el enxiemplo XLVI que Satanás envió una carta al arzobispo de Toledo, diciéndole: “Satanás, Príncipe de los Infiernos, a Dalmacio, Príncipe de la Iglesia de Toledo, salud. Todos cuantos clérigos idiotas y sin letras vos tenéis, tantos yo vos di”. Añade devotamente el en­xiemplo que el diablo entregó esta carta a un caballero de su devoción, dándole un bofetón a manera de firma, que le dejó grabados en el rostro los cinco dedos con sus uñas en trazos de carbón indeleble, los cuales se borraron cuando el hidalgo entregó la carta.
Fuera bromas, nuestro país sufre una crisis que hace obligatorio al patriota el hablar a calzón quitado, si su ministerio es hablar. (Nietzsche dijo: “Golpear una puerta con una piedra no es pecado cuando está rota la campanilla’’. Y el mismo Cristo mandó: “Si no te escuchan en privado, dilo a toda la Iglesia”). Nuestro país sufre una crisis que no es económica solamente, sino prevalentemente espiritual. Esa crisis no ha perdonado, ni es posible perdone, a la Iglesia. En un país católico, la Iglesia es como el sistema nervioso; y debemos seguir manteniendo que éste es un país católico, cosa que se puede probar hasta un cierto punto. El sistema nervioso basta que ande un poco flojo en un organismo, y es cosa de maravillar los trastornos terribles y las enfermedades sutiles y atroces que ocasiona. No es necesario que esté podrido —en cuyo caso el tipo suena—; basta que esté un poquito flojo. La Iglesia se afloja cuando falla en ella la contemplación. La Iglesia ha sido hecha para ense­ñar, para lo cual primero hay que saber. Cuando fallan el vidente, el definidor, el contemplativo, el profeta, la Iglesia se convierte en una especie de sociedad anónima frigorífica para la conservación del cristianismo en latas.
La beneficencia no es el fin principal, es un subpro­ducto del apostolado católico; ni siquiera la misma ad­ministración de los sacramentos es el fin principal, a no ser que sea al mismo tiempo una enseñanza; y no una mera venta de ceremonias mágicas.
San Pedro en persona instituyó el orden del diaconado, para que, repartiendo ellos las limosnas y adminis­trando el bautismo, dejasen al sacerdote libre el cultivo de la doctrina: “Non misit nos Dominus baptizare sed evangelizare”, dijo audazmente el Príncipe de los Após­toles, aunque parece que lo dijo en griego, a juzgar como no lo entienden algunos apóstoles de hoy.
Escribimos como para una nación adulta. El Sumo Pontífice reinante ha honrado a la República Argentina instituyendo una Facultad de Teología en su Arquidiócesis. Es menester responder a esta confianza institu­yendo una verdadera Facultad, con estudios realmente universitarios, y no un Colegio Secundario de Catecismo. Lo contrario sería una indignidad, aprovecharse de la lejanía y la generosidad del Papa para simplemente meterle la mula; lo cual podrá ser lícito en los comi­cios, pero no es lícito en la Iglesia, porque la Iglesia tiene un juez que no es la Suprema Corte. Y ya se ha dado mal el primer paso, ¡y qué paso!
Al construir dos seminarios chatos y juntos en el es­trecho solar de Villa Devoto se ha arruinado definitiva­mente la posibilidad de hacer un buen seminario a la europea, porque se ha ahogado el espacio vital necesario para centenares de jóvenes que estudien. Ahora, si no estudian, sobra lugar, por supuesto. Dos seminarios mal hechos son más que uno bien hecho: son menos; y pueden ser hasta una calamidad, una hipoteca para la salud y el éxito vocacional de miles de candidatos al sacerdocio.
Una buena Facultad de Teología, con estudios real­mente universitarios, no la pueden hacer aquí ni los jesuitas solos, ni los salesianos solos, ni los dominicos solos, ni los presbíteros solos, ni nadie solo. Es una cosa eximia y difícil, que requeriría una conjunción de fuerzas y no la extrema dispersión actual.
El cardenal Wiseman, para levantar los estudios de su seminario de Scott, no vaciló en nombrar profesor de teología a un laico casado, William War. Se levantó una tormenta entre los católicos vigilianos y oyuelescos, que se lo querían comer vivo al santo prelado, llamándolo Unwiseman; la cual aplacó Pío IX con una sonrisa: “No creo —dijo— que el haber recibido un sacramento sea impedimento insoluble para enseñar acerca de los otros sacramentos”. Y nombró doctor en teología a War, que era un verdadero sabio.
Convénzanse que una facultad se hace con sabios, no con ladrillos, ni con decretos, ni siquiera con encíclicas, cuando éstas quedan tranquilamente incumplidas; y con­vénzanse que los sabios son raros, en todos los sentidos de esta palabra. En la Argentina, para contarlos sobran dedos de la mano. Uno de nuestros males sociales, como se sabe, es la multiplicación de los profesionales en serie —maestros incluso— por nuestras Universidades en serie.
En vez de multiplicar los sabios, como aconsejaba Bernardo Houssay en La Nación, en el año 1934, aquí se han multiplicado las Facultades, lo mismo de estu­dios civiles que de los otros. No hay orden religiosa que no quiera tener su colegio máximo aparte, lo cual será muy cómodo —sobre todo para rebajar y adulterar las altísimas disciplinas que son la filosofía y la teo­logía—, pero es nefasto. Colegio Máximo de ésos hemos conocido que tenía ocho o nueve alumnos, con UN PRO­FESOR que enseñaba TODO, desde Escritura Sacra hasta Cánones, y desde latín hasta gimnasia; o mejor dicho, enseñaba principalmente su falta de conciencia.
Por supuesto que con este sistema pulularán los doc­tores Pistolari.

Sobre esto escribió Jaime Balmes, justo hace hoy un siglo, un artículo más seriote, pero no más serio.
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...