“Vivamos la milicia del cristianismo con buen humor

de guerrillero, no con hosquedad de guarnición sitiada”.

Nicolás Gómez Dávila

“Estoy inaugurando en la Argentina la literatura anticlericalosa. En todos los países católicos existe y aquí es una vergüenza. Los eclesiásticos, como toda sociedad humana, tienen sus defectos, abusos y ridiculeces y si no existe un contraveneno, el córrigo-ridendo-mores, campan con todos sus respetos, como una murga cualquiera”.

Padre Leonardo Castellani


martes, 3 de diciembre de 2013

El gran salto

"Del estadio ético se pasa de un salto al estadio religioso —lo mismo que de un salto se pasa del estado de inocencia al estado de pecado; no hay homogeneidad entre la inocencia y el pecado, no se puede pasar gradualmente. Adán dio un salto y adquirió de un golpe el Pecado, la Libertad y la Ciencia. "La Ciencia es el pecado" ¿Qué ciencia? La ciencia de Hegel, su gran enemigo, la ciencia objetiva. ¡Qué confusión! Pero más confuso parece todavía decir que el humor es lo que prepara (no elimina, prepara) el salto de lo ético a lo religioso. ¿Qué tiene que ver la ironía y el humor, con estas cosas morales y teológicas? ¿No son cosas literarias el humor y la ironía? Gran admiración me produjo cuando leí que la ironía era la transición de lo estético a lo ético; y el humor, de lo ético a lo religioso. Ha llegado el momento de explicarlo un poco.
¿No es la misma cosa la ironía y el humor? No, son distintas: la ironía es una cosa más directa y el humor una cosa más amplia, sutil y profunda; aunque nada impide que a veces anden mezclados. La ironía es expresar una cosa diciendo su contraria —dicen los preceptistas; el humor ¿sería pues expresar una cosa alta diciendo su inferior; insinuar lo excelso hablando de lo común?
El humor es lo que llama Kirkegor "el estilo indirecto". Pero ninguna definición puede apresar bien estos dos fenómenos: acudamos a un ejemplo cualquiera, el más cercano.
No hace mucho he hecho una ironía y un "humorema" seguidos. Fui a visitar al Obispo de San Juan —no que yo sea muy obispador u obispable, sino por cortesía; y me dirigió una frase un poco maligna que me picó: una ironía. Yo no estaba preparado, me tomó de sorpresa, y no contesté nada. Pero la próxima vez ya sabía que era cordobés, que tenía la lengua un poco maligna. Lo encontré de nuevo en una gran misa que se hacía en los Salesianos por la salud del Dr. Fernando Cruz, Rector de la Universidad de Cuyo.

— “¿Ud. aquí, qué anda buscando por aquí?
—Monseñor; es Domingo y aunque uno sea sacerdote y aunque sea Obispo puede también ser cristiano... —le contesté
—¿Cómo le ha ido en San Juan?
—Bien. Llegué mal y acabé bien.
—Como Don Quijote...
—Como Don Quijote y otros
—¿Cuáles otros?
—Todos los santos.

En definitiva, la ironía surge de la indignación o del enfado, y el humor del desapego; y es el cansancio o el enfado o el desapego de las cosas sensibles lo que hace crecer nuestra interioridad, nos prepara al "salto" famoso.

Désormais le Sage, puni
Pour avoir trop aimé les choses,
Rendu prudent a l'infini,
Mais franc de scrupules moroses, [...]
Il ira, calme, et passera
Dans la férocité des villes,
Comme un mondain a l'Opéra,
Qui sort blasé de danses viles.

En adelante el Sensato, castigado
por haber amado demasiado las cosas,
prudente ya hasta lo infinito,
mas sin melancólicos escrúpulos, [...]
Irá, tranquilo, y pasará
por la ferocidad de las ciudades
como el elegante por la Opera,
que sale estragado de danzas viles.

El hombre mundano cansado de los placeres es un blasé para los franceses, que podríamos traducir como hastiado o ahíto o despechado; y el blasé es siempre ironista. ¿Por qué? Porque está a la puerta del orden moral. Ningún ejemplo más exacto que ese gran blasé que fue Henri Lavedan. No se puede marcar mejor el salto del plano estético al plano ético con la ayuda de la ironía que con esas dos comedias magistrales y tan desenfadadas que llegan al cinismo, que marcan la conversión al Cristianismo de Henri Lavedan, el refinado aristócrata parisino: "Le nouveau jeu" y “Le vieux marcheur". Son dos pequeñas obras maestras tan parisinas que no sufren traducción ninguna, que a la vez satirizan y describen la vida "estética" —en realidad enteramente libertina— de la alta sociedad francesa del 900. Es imposible juntar tanta repulsión al vicio y tanta gracia ligera y aérea a la vez: una condenación tan austera de una cosa que nos hace tanta gracia. Kirkegor las hubiese citado en su libro sobre la ironía, si no fueran posteriores.
En cambio, el humor es el desapego de las cosas y de sí mismo; pero no se puede despegar uno de sí mismo, si no tiene un asidero más arriba. Cuando leí que el humor marca la transición hacia eI plano religioso me puse a recorrer los santos, y no encontré que los santos hayan sido precisamente humoristas excepto San Felipe Neri y San Francisco de Asís. Pensé en Jesucristo y lo encontré terriblemente serio. Pero mirándolo bien, hay una especie de humorismo trascendental en el Evangelio; en las palabras, en las parábolas y hasta en los hechos de Jesucristo. Claro que Jesucristo no necesitó pasar del estadio ético al estadio religioso, en el cual estuvo instalado toda la vida de rondón, a priori; pero en su predicación usó ciertamente lo que llama Kirkegor "el estilo indirecto". Chesterton, que es un gran humorista, notó que hay humorismo en las parábolas de Cristo, que hay unas ciertas desarmonías, desmesuras, fugas gigantescas: que no son composiciones al gusto de la retórica greco-latina: que están llenas de camellos que pasan por el ojo de una aguja, de montañas que se Ievantan y se echan en el mar, de reyes raros y absolutistas que mandan matar a unos convidados porque no vienen a su banquete de bodas; de mayordomos estafadores y listos, de hermanos mayores justos y dóciles que hacen un mal papel al lado del hermano corneta, el hijo pródigo. Lo que hay en Cristo es como una alusión continua a algo enorme que hay detrás de las cosas comunes, y esa alusión continua es estrictamente una especie de humorismo. El infinito está detrás de las cosas comunes; pero el infinito no puede ser insertado en el lenguaje común, porque  simplemente no cabe; y entonces, es aludido por ciertas resquebraduras o súbitos vuelos de las cosas, que dan una especie de choque a la retórica y a la mente; por cierto a veces el choque de lo sublime.

"No está bien el pan de los hijos echarlo a los perros..."
"¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino Dios..."
"Deja que los muertos entierren a los muertos..."

Los predicadores austeros nos dicen que Cristo lloró varias veces, pero no rió ninguna vez. Yo creo que debe haber reído, aunque no conste en el Evangelio; pero en el Evangelio consta que sonrió muchas veces. Muchas de sus respuestas a sus hidrófobos adversarios, e incluso al procurador Pilatos, están subrayadas por una fina sonrisa. "¿Con qué autoridad haces estas cosas? —Decidme vosotros primero: ¿qué autoridad tenía Juan el Bautista? —No lo sabemos—. Pues yo tampoco os diré con qué autoridad hago estas cosas." En lo cual se lo estaba diciendo; pero con humor, "como es propio del hombre magnánimo" —dice Aristóteles. Cuando fue a buscar higos a una higuera porque no era tiempo de higos, no había higos: maldijo a la higuera y la higuera se secó. Bernard Shaw dice que es un rasgo de ferocidad, en realidad puede mirarse como un gesto de humorismo. Es una parábola en acción: una parábola que ostenta ese rasgo de desmesura o asimetría que tienen también las parábolas en palabras. ¿Por qué maldijo Cristo a la higuera si no era tiempo de higos? ¿Qué culpa tenía la higuera? Para significarnos que Dios puede pedirnos lo imposible. Justamente el hombre religioso es el que cree que Dios puede hacer lo imposible: cree en el milagro y vive en el misterio. El misterio y el milagro injertados en la propia vida, ésa es la característica del hombre religioso. Y el milagro injertado en un pobre macaco humano, es humorístico.
Llegamos por fin al estadio religioso, que para Aristóteles es la vida contemplativa, que está bajo el signo de la contemplación; y Kirkegor dice duramente bajo el signo del sufrimiento. Aquí entra la acusación de "religiosidad sombría y luterana", de "concepción del mundo inhumana" de Sciacca, Fabro y Jolivet. "¡Esto no es el Cristianismo auténtico!" —exclama Sciacca; creerá que el Cristianismo auténtico es el democristianismo de Gasperi, Scelba y el Mariscal Badoglio. Y en último caso, aún concediéndole a Kirkegor la santidad, "la santidad de Kirkegor es una santidad sombría; eso no quiere decir que toda santidad tiene que ser sombría"...-dicen. Bueno, si no quieren espantar a las almas pusilánimes o tiernas, digan que Kirkegor fue un caso de "drama religioso", una de esas cosas "admirables y no imitables" que dicen los predicadores; lo que no hay derecho a decir, pero de ninguna manera, es que fue un hereje, o un luterano, o un descarriado, o un perverso, o un ateo; y muchísimo menos un macaneador. Él decía que no era un hombre religioso, que no sabía si él era o no un hombre religioso; que era quizá solamente el poeta de la religión.
Por tercera vez quiero repetir que la religión puede ser bajada al plano estético; y lo es, y en proporciones enormes en nuestros tiempos. No está en el plano religioso un hombre por el hecho de tener religión (como dicen ahora), por tener devociones o por hacer poemas devotos, aunque sean buenos, como los de Bernárdez. El poeta puede imitarlo todo; y el hombre puede falsificarlo todo. El poeta lo mima todo, es un mimo especializado. Un poeta puede representar muy bien a un santo, para lo cual debe entenderlo, en parte al menos; puede hacer un drama, comedia o tragedia, como Lope de Vega, con la vida de San Isidro o la de San Segundo de Ávila, y puede ser un buen drama, pintar bien al santo; pero es un santo pintado. El poeta ha bajado la santidad al plano estético, como es su oficio (lo temible sería que en su vida hiciese lo mismo, como Lope), como yo puedo hacer un drama sobre Julio César o Juan Manuel de Rosas, mimándolos. Cierto que para pintar bien el amor, hay que estar enamorado; pero el que está bien bien enamorado, ya no pinta más.
Justamente una de las tentaciones más peligrosas de un poeta es transformar en material poético las gracias que Dios le da para su vida —lo que llaman los téologos "gracias actuales"— como un pintor que dejara pudrir sobre su mesa lo que necesita para comer con el pretexto de pintar un bodegón. Hay una poesía juvenil de Alfredo de Musset que es evidentemente una "gracia actual" — una moción religiosa a su corazón, transformada en un poema, en un mal poema por cierto. Este es un fino trabajito del diablo, que hizo temer y temblar a Kirkegor toda su vida. Tenía un miedo continuo, que a veces llegaba a la angustia, de no ser el caballero de la fe sino solamente el poeta de la fe. Su amigo Boesen le escribía con mucha amistad: "Tú no eres un poeta religioso, eres el poeta de lo religioso, y por tanto eres más que un poeta…Justamente porque sientes dolorosamente que no eres más que un poeta, por eso hay entre tú y Dios una buena inteligencia. Tú no eres ni reformador, ni profeta, ni santo, ni taumaturgo, ni apóstol; tu melancolía y tu poesía te expatrian de esas regiones; pero tú comprendes tanto al Apóstol, que poco a poco te vas transfigurando en Apóstol. Si no llegares nunca, paciencia; pero la verdad es que, volcando toda tu facultad poética en lo religioso con una continua insatisfacción, eres más que poeta por el mismo hecho de ser tan poeta”. Es la palabra misma de Claudel: “Los grandes poetas son los que desprecian un tanto la poesía”, con un desprecio especial bien entendido, no con el desprecio de la zorra a las uvas, sino con el desprecio del águila a las uvas; y la gran palabra de Pascal: “Los verdaderos filósofos se burlan de la filosofía”…¡Natural! Un gran poeta y un gran filósofo es ante todo un existente; y la existencia es siempre más que la representación de la existencia. ¿Oh, quién le enseñará todo esto a la capillita de la revista Sur!”.


Padre Leonardo Castellani, San Agustín y Nosotros.
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